Perdí la vida un 6 de Diciembre. Y no, no sé como he llegado hasta aquí, ni tengo la menor idea de que es esto si no es mi vida. Mi historia se tatúa lentamente sobre mi piel cada noche, mientras duermo, y mi infancia es una herida que no cicatriza y sangra cuando nadie mira. Aún siento unos dedos dos años más viejos que los míos, que por aquel entonces me parecía una eternidad, hundiéndose en mi cabello. Y aquellos labios dulces que maldijeron mis heridas para siempre, cargados de morfina para ocultar el veneno, arrebatando el derecho a sanar. Un aliento que cauterizaba cada llaga que habían dejado las lágrimas en mi rostro; una condena eterna sin derecho a final. Aquellos ojos gritando sueños e infinito mientras su mirada susurraba torturas que aún hoy hacen que me estremezca con solo recordarlas.
Sé que estoy pagando el precio por lo vivido, y no me avergüenzo de ser un preso que sueña con una risa que abra la cerradura y una mano que le lleve lejos de aquí.
Me aguantaré las ganas, pero que mis últimas palabras para ti sean "te necesito aquí".
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