sábado, 25 de mayo de 2013

Mi morfina.

Siempre me he preguntado que sería aquello en lo que pensaría en ese último segundo antes de morir. Ahora estoy en paz al saber que será tu sonrisa, sin lugar a dudas, mi beso de despedida, esa última caricia invisible; la última sensación de calidez. Ya no me preocupa la idea de irme, no es cuestión de que tenga o no prisa por hacerlo, sino de que simplemente por fin sé como la recibiré.
Y tú habrás sido la mejor oportunidad para redimirme, para olvidar. Para vivir. La que se hizo un hueco junto a él.
Mi morfina.


martes, 21 de mayo de 2013

Ciclo.


Sin duda lo peor de que te torture esta vida por el día, es que al llegar la noche no haya nadie para curarte. Y llegar a la cama con el temor de que el sol atraviese en cualquier momento la persiana y se hunda en tu ojos, secándolos, quemando los sueños. Tierra estéril. Y mientras tanto la vida real tan ignífuga como siempre.
Con todos esos ruidos que no quieres oir resonando en tu cabeza, con una armonía impropia de una composición tan dolorosa y psicodélica. Y al compás de ésta y siempre firmes, tus tormentos, que nunca duermen y bailan libres entregando tus bostezos como presente a los lustros. Tu piel sufre el mono de unos labios, de unas manos, de otra piel; pero hoy como ayer en su lugar solo están las sábanas. Con el cuerpo semirígido sobre una cama que a cada día resulta más incómoda, preparándose para encajar ese golpe que nunca sabrás librar y que algún día dejarás de recibir. Y es por eso, y quien sabe si algo más, que ahora saboreas tranquilo como el sol se descuelga lenta pero inexorablemente de su trono en el cielo. Sabes que volverá, y con él éste infierno.

Más algún cielo que alcanzar.

domingo, 12 de mayo de 2013

Another Night.


Perdí la vida un 6 de Diciembre. Y no, no sé como he llegado hasta aquí, ni tengo la menor idea de que es esto si no es mi vida. Mi historia se tatúa lentamente sobre mi piel cada noche, mientras duermo, y mi infancia es una herida que no cicatriza y sangra cuando nadie mira. Aún siento unos dedos dos años más viejos que los míos, que por aquel entonces me parecía una eternidad, hundiéndose en mi cabello. Y aquellos labios dulces que maldijeron mis heridas para siempre, cargados de morfina para ocultar el veneno, arrebatando el derecho a sanar. Un aliento que cauterizaba cada llaga que habían dejado las lágrimas en mi rostro; una condena eterna sin derecho a final. Aquellos ojos gritando sueños e infinito mientras su mirada susurraba torturas que aún hoy hacen que me estremezca con solo recordarlas.
Sé que estoy pagando el precio por lo vivido, y no me avergüenzo de ser un preso que sueña con una risa que abra la cerradura y una mano que le lleve lejos de aquí.

Me aguantaré las ganas, pero que mis últimas palabras para ti sean "te necesito aquí".